Estudió medicina y antes de su residencia debió realizar uno de los mejores exámenes de todo el país para poder elegir la capital Catalana. Para poder darse ese lujo. Hoy, a los 25 años, vive en El Carmel y trabaja en el Hospital Clinic, uno de los más prestigiosos de la ciudad. Paga 800 euros un piso (departamento) junto a su novio. Es decir, unos 16 mil pesos. “Es barato, para Barcelona es barato”, sostiene.
Lo que no sabía Belén es que su falta de inglés, su nivel moderado al menos, serían un problema. “Más de la mitad de los pacientes, no hablan español”, asegura. Ese es un buen resumen de “Barna”, como le dicen los locales. Se ha convertido a la Babel de los tiempos modernos. Tiene dos lenguas oficiales, el Catalán y el Español, pero se hablan todas. Inglés, francés y galego, portugués, chino y japonés, polaco, ruso y quién sabe qué más.
A fuerza de historia, arte y con la bendición de las olimpiadas, es la ciudad donde todos quieren vivir, la puerta por la que todos quieren estar más cerca del cielo. Es la ciudad del Barça de Messi, el que algunos dicen que es más que Dios. Y es, como si todo lo anterior fuera poco, representante de una corriente independencista dentro de España que lidera el País Vasco (aunque este último tenga mucho menos marketing).
Es una ciudad con pequeñas montañas y playas, con mucho modernismo y una buena cuota de historia, con tecnología y calles góticas hechas a medida de artesanos. Con un puerto lleno de yates de varias decenas de millones de euros, pero con una enorme corriente pakisto-indú que sobrevive revendiendo cervezas que ocultan en la playa y las alcantarillas, donde seguramente también ocultarán la droga que ofrecen.
Y la mezcla, deliciosa, también regala un contraste entre el día y la noche. Un turismo “sano”, de fotografías y caminatas, muchos parques, museos y monumentos, de bares y caros restaurantes para algunos pocos. Como también “otro”, de noches descontroladas y clubes de marihuana. Los deportistas y aeróbicos personajes de la costanera olímpica y la Barceloneta, viran a borrachísimos y narcotizados jóvenes cuando cae el sol. De esos que quedan tirados en el piso, con algún vómito alrededor. O durmiendo en la arena inconscientes. “Los clubes abrimos de lunes a lunes, todos. Y la verdad que todo el año llenamos, aunque a partir de julio esto ya es una locura”, concede David, uno de los gerentes de Pacha, una cadena mundial de discotecas que está instalada en el Puerto Olímpico, epicentro de la noche de Barcelona.
De cara al mar Mediterráneo, la ciudad cuenta con dos ramblas que desembocan en el puerto, donde hay una gran escultura en homenaje a Cristobal Colón. De ahí, para un lado está el barrio Gótico y hacia el otro Montjuic. A poco del Gótico, la Barceloneta es sin dudas la playa más conocida de la ciudad, aunque varios prefieren otras con menos turistas.
Limitada por el Hotel Wela, una moderna y gigantesca construcción con la forma de la vela de un barco, y el Puerto Olímpico, la Barceloneta tiene diferentes sectores donde, al menos dos, son aptos para nudistas. En todos, el topples es tan obvio como lo son los hombres de torso desnudo a más de 30 grados y al sol.
Rentar una bicicleta puede costar 6 euros las 24 horas (unos 120 pesos), o un tour por la ciudad en diferentes medios de movilidad eléctricos de una, dos o tres ruedas, aproximadamente 25 euros la hora (500 pesos). Una cerveza en un súper, la lata, menos de un euro. En un bar, no menos de 2.50 y un trago en Pacha, 10. Un almuerzo elaborado, para dos o más personas, se puede hacer con menos de 5 euros. Unas patatas bravas, en alguno de los infinitos bares de la ciudad, 3.50 o más.
El alojamiento, es el principal problema. La invasión de turistas expulsa a los catalanes de Gracia, L’Example o Sant Juan a las afueras de la ciudad, ya que los propietarios de inmuebles apuestan a la hotelería o a las plataformas como Airbnb y consiguen miles de euros por mes de renta. Y esto a su vez eleva los precios para turistas, donde un hotel 3 estrellas no baja de los 150 euros la habitación doble y un hostel de los 30 euros la cama. Esto es, por ejemplo, casi tres veces más que en Madrid.
Belén, que paga 800 por mes, da otra de las claves de la ciudad: “El transporte público funciona muy bien y es una ciudad súper segura”, resume.
Es así, con 11 líneas de metro que unen a 165 estaciones, uno puede recorrer 123 kilómetros subterráneos e ir de un lado al otro tardando generalmente menos de 20 minutos. Un abono de 50 viajes, cuesta 25 euros (500 pesos). Pero además, el metro funciona en la mayoría de sus líneas, hasta las 5 de la mañana (¡Y arranca otra vez a las 6!). Hay que sumarle otras varias decenas de líneas de colectivos, bicicletas del ayuntamiento (municipio) dispersas por toda la ciudad para disponer (exclusivas para los residentes) y carriles exclusivos para ciclistas. Semáforos en todas las esquinas o casi todas. Embotellamientos, nunca.
La sensación de estar seguro, es mucho más que eso. Callejones vacíos del barrio Gótico a las 3 de la mañana son caminados con desparpajo por turistas orientales con cámaras de miles de euros colgando de sus cuellos. Y las recomendaciones son evitar los carteristas, que realmente parecen más una leyenda que una realidad, pero que bajo ningún punto son asaltantes. Algún bolso en la playa (¡Juro que nadie cuida el bolso en la playa!) o un celular en el amontonamiento del metro (¡Jamás hay amontonamiento!).
Por último, Barcelona es la ciudad de Gaudí. Él es máximo exponente del modernismo catalán y su obra está en la cresta de la ola. La Sagrada Familia, aun por terminarse, es una de las iglesias más imponentes del mundo, sin dudas. Belén, todavía no la conoció por dentro, por el precio, dice. Además de colas interminables, no se puede visitar su interior de columnas helicoidales o bóvedas hiperboloides por menos de 25 euros. Muy similar son los precios para entrar a Casa Batló o Casa Milá (La Pedrera), otras de las obras cumbres del arquitecto. Y actualmente, ni siquiera el Parc Güell es gratuito, siendo sólo parcialmente gratuito. Ya cabe ahí en cada uno cuánto le interesan las cruces de cuatro brazos, los dragones coloridos y la infinita imaginación “del Toni”, como les gusta llamarlo a los de Catalunya.
Belén está enamorada del Parque de la Ciudatella (todos lo estamos). Agradece la charla, brinda con una cerveza comprada a un “pakis” y se aleja con su colchoneta de yoga. Se sabe afortunada, es joven y divertida, y está empezando otra parte de su vida, en una de las ciudades que puede satisfacer todos sus intereses. Una ciudad a la carta, una de las más lindas del mundo.
* Por Catriel López Acosta (Especial para Libertad Digital)
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